LA INTERVENCIÓN TEMPRANA EN EL DÉFICIT SEVERO DE LA AUDICIÓN EN EL NIÑO


Una forma frecuente de discapacidad que afecta a la población infantil es el déficit de la audición. Detectarlos a tiempo constituyen un aspecto esencial en la atención al recién nacido.

Su diagnóstico tardío compromete la integración social al retardar diferentes aspectos esenciales del desarrollo, como son el lenguaje, la socialización y la esfera cognoscitiva.

Autor: Dr. C. Luis Gregorio Pérez Álvarez

Colaboradora: Dr. C. María Cristina Pérez Guerrero

El sentido de la audición permite desarrollar una de las funciones básicas de la especie humana: el lenguaje, canal del pensamiento, de la expresión de los sentimientos, las emociones, herramienta importante para el aprendizaje, la convivencia social, vía de comunicación entre los padres y el niño.

La pérdida parcial o total de la audición es una de las discapacidades comunes presentes al momento del nacimiento. De forma general, las causas pueden agruparse en: prenatales, perinatales o postnatales.

El desarrollo de modernos procedimientos en el campo de la Neurofisiología, la disponibilidad de equipos para la realización de potenciales evocados auditivos, que permiten un número insignificante de falsos positivos o negativos, ha contribuido a modificar la calidad de vida y el nivel de integración social de los niños afectados, al facilitar la detección precoz e intervención temprana.

Especial atención requiere el recién nacido con factores de riesgo, por antecedentes familiares de sordera, problemas en el embarazo o parto y enfermedades que puedan afectar la capacidad auditiva, especialmente las ocurridas durante los primeros tres años de vida.

El proceso de la audición representa la capacidad de percibir vibraciones de moléculas de aire que se desplazan en forma de ondas, con una determinada frecuencia, la frecuencia del sonido se mide en HERTZ ciclos por segundo, mientras mayor cantidad de ciclos por segundo, mayor la frecuencia del sonido. El oído humano detecta frecuencias entre 20 Hz y 20,000 Hz; el habla oscila normalmente entre 500 y 6,000 Hz.

La amplitud o intensidad se mide en decibeles; una conversación típica oscila en un rango de 40 decibeles. 

En la conversación habitual, todos los sonidos vocales o consonantes no tienen la misma intensidad y frecuencia en su pronunciación.

Un niño puede escuchar una determinada frecuencia y otras no, por lo que puede suceder que no comprenda lo que se está hablando, a pesar de que responda al sonido que escucha.

Por ejemplo, una persona que tenga afectada en particular la audición de los sonidos de alta frecuencia, podrá identificar en la conversación solo sonidos de baja frecuencia, la (u), es un sonido de baja frecuencia, mientras consonantes como la (f), (s), tienen frecuencias altas y no podrán ser identificadas, ¿Cuál sería en este caso la capacidad del niño de apreciar lo que le hablamos?

El médico debe tener claro que el niño puede responder a determinados sonidos, sin que esto signifique que su capacidad auditiva es normal, lo que guarda relación con la fisiología de la audición y las características específicas de la onda sonora.

El déficit auditivo no es una condición infrecuente en la población, al contrario, los recientes avances en el campo del diagnóstico neonatal y del empleo de potenciales evocados y otros estudios neurofisiológicos de la función auditiva, han transformado los conceptos sobre la incidencia de estos problemas. 

Antes, la falta de medios de diagnóstico no permitía su detección precoz. 

Referido a las causas, los factores hereditarios tienen una singular importancia.

En otros casos, el déficit auditivo acompaña a procesos como la parálisis cerebral, o procesos asociados a prematuridad, infecciones postnatales, o prenatales, rubéola, herpes, virus, toxoplasmosis, sífilis, citomegalovirus, exposición a sustancias ototóxicas, como algunos medicamentos.

Hipoxia durante el parto que puede dañar a la cóclea, la hiperbilirrubinemia, la hemorragia intracraneal, la prematuridad, el bajo peso, en particular los de menos de 1500 gramos.

La otitis media crónica o afecciones afines determinan una gran parte de los déficits auditivos adquiridos. Otras causas son los traumatismos que pueden determinar sangramiento en el oído medio, o la exposición prolongada a sonidos de frecuencia muy alta, como es costumbre actual de los adolescentes en las discotecas o con el empleo de audífonos.

Se estima que la mayoría de las etiologías guardan relación con factores congénitos, y en un tercio de los casos no suelen identificarse factores causales.

El despistaje de las alteraciones se extiende a toda la etapa preescolar, partiendo de que existen causas adquiridas durante esta etapa, que pueden afectar esta función.

Qué fácil sería la detección precoz si el recién nacido tuviera la posibilidad del adulto de contarnos todo lo que le pasa, entonces sería frecuente que nos dijera, oigo bien los sonidos altos, pero en ocasiones cuando me hablan no entiendo lo que están diciendo, solo identifico algunos sonidos aislados.

También podría decir: escucho cuando cierran la puerta de un golpe y me asusta, o cuando alguien grita o arranca el motor del camión de mi papá.

Pero cuando mi mamá me habla bajito mirándome a la cara, veo el movimiento de sus labios y sé que está diciéndome algo, pero no puedo entender todos los sonidos, quisiera poder repetirlos en la forma en que ella quiere.

Un niño mayor de 2 años podría decir: ¿No sé por qué se ponen bravos? Dicen que estoy entretenido, pues no hago lo que quieren. Parece que quieren que haga algo, pero no me lo dicen. No puedo entender el movimiento de sus labios, piensan que soy retrasado porque solo digo algunas palabras. Me llevaron al médico y dicen que no tengo nada, muchas veces me hablan, pero no entiendo.

La detección precoz de las alteraciones del desarrollo, entre ellas los déficits de audición, requieren, en primer lugar, unos padres preocupados, observadores, vigilantes, detallistas, que comprendan que el futuro de su hijo, su capacidad para integrarse a la sociedad, no es fruto del azar, es una obra en la que podemos influir.

De nosotros depende su futuro, nosotros plantamos el árbol, pero del cuidado que le brindemos dependerán los frutos que este nos dará.

SIGNOS DE ALARMA A CONSIDERAR:

Un niño que no se despierta ante un sonido fuerte próximo a su cama.

Debemos destacar que una práctica común para explorar la capacidad auditiva del niño es la de dar un golpe en la mesa donde él se encuentra acostado, y puede ocurrir que el niño no responda al sonido, sino a las vibraciones de la mesa o de la cama, dando la falsa impresión de que está respondiendo al sonido.

Un niño sordo puede, en los primeros meses, gorjear, reír, balbucear, sin que esto signifique que oye. Ahora bien, la clave está en la calidad del sonido que emite.

En el niño que oye, estos primeros sonidos rápidamente mejoran en calidad, e incluso pueden adquirir cierto significado. Incrementa su capacidad de articulación, a punto de partida de la estimulación que recibe la corteza auditiva del medio que le rodea.

En el niño con déficit auditivo sucede lo contrario: pasa el tiempo y los sonidos se mantienen inmaduros, con vocalizaciones rudimentarias que reflejan cómo el aparato fono articulatorio no progresa en su desarrollo.

Por supuesto que existen variaciones normales fisiológicas, pues es un niño, pero lo malo es cuando el médico o la familia, interpreta el comportamiento atípico como funcional, sin descartar mediante una valoración especializada la posible presencia de un proceso patológico que, diagnosticado tardíamente, compromete el potencial de desarrollo biológico del niño.

Desde nuestro punto de vista, ante un comportamiento atípico del desarrollo en cualquier área, considerarlo una variación individual debe ser el resultado de haber descartado, mediante la valoración profunda, la posibilidad de factores orgánicos.

En la etapa entre los 5 y los 17 meses, un niño con una audición normal incrementa progresivamente su capacidad de pronunciar sonidos consonantes; al contrario, en el portador de un trastorno de la audición, la capacidad de pronunciación es muy pobre.

Es la falta de desarrollo de la comunicación oral la que alrededor de los dos años determina generalmente que los padres decidan consultar al especialista, cuánta pérdida de tiempo, cuánta falta de estimulación ha tenido esa corteza, durante esos dos años.

La observación no puede fundamentarse solo en los sonidos que el niño articula o no articula, pues en ese caso veríamos el lenguaje solo en su aspecto expresivo.

Es esencial la observación desde el momento del nacimiento, en cómo el niño responde a los sonidos.

Proporcional a la magnitud de la disminución de la capacidad auditiva, así será la dificultad del niño, a partir de los cuatro meses, de orientar su cabeza en dirección al sonido.

Pero debemos ser observadores y medir la capacidad no solo en el aspecto de sí lo hace o no, sino en la magnitud del sonido necesario para desencadenar la respuesta.

Puede suceder que el niño responda a situaciones como despedirse cuando asociamos el movimiento de las manos y la palabra.

Otro ejemplo es cuando lo sentamos en la mesa y le decimos: cómete la comida y el niño usa la cuchara, interpretamos que comprendió el comando verbal y no nos percatamos de que la situación determina una información extraverbal.

Hay situaciones, como en el caso del retraso mental, en las que el niño confronta dificultades de comprensión no relacionadas con la audición, pero en esta situación se aprecia un retardo global del desarrollo que incluye torpeza del desarrollo motor y retardo en la adquisición de otras habilidades.

Debemos insistir en que, en la actualidad, los modernos procedimientos neurofisiológico para el estudio de la audición son los métodos más confiables para el despistaje de los niños afectados, la exploración clínica no pierde su valor, sobre todo, al discriminar cuáles niños son los que deben ser priorizados para una valoración especializada.

Estas pruebas son procedimientos rápidos, no invasivos y confiables, que permiten identificar la capacidad de responder a diferentes niveles de sonido. Nunca una sola prueba se considera suficiente para un diagnóstico definitivo, sobre todo en el recién nacido. La práctica habitual es repetirla más adelante, y en caso positivo, realizar la evaluación por el equipo de especialistas.

Entre los seis meses y los dos años, resulta más fácil identificar el trastorno, y evaluar sus características de forma más precisa.

Las pruebas permiten, en primer lugar, determinar si existe o no una reducción de la capacidad auditiva. En caso de existir, ¿cuál es su magnitud y sus características y compara el funcionamiento de ambos oídos, para establecer la presencia de diferencias funcionales?

CONSEJOS A LOS PADRES

Si están presentes factores de riesgo, tales como antecedentes familiares de sordera, complicaciones del embarazo, el parto o la etapa de recién nacido, exposición a sustancias ototóxicas, o cualquier otra forma de discapacidad, como la lesión estática del Sistema Nervioso Central o afecciones genéticas como el Down, solicitar una valoración especializada.

Ser cuidadoso en la exploración del curso del desarrollo, especialmente en lo referente a la respuesta a los sonidos, y ante la menor duda remitir al especialista.

Evaluar la falta de desarrollo de los elementos del pre-lenguaje: gorjeo, balbuceo, sonidos imitativos característicos de los primeros 6 meses, solicitar una opinión especializada.

Cuando estén presente afecciones como la meningoencefalitis, u otras complicaciones pediátricas que requieren hospitalización en servicios de terapia intensiva, especialmente aquellas que afectan al sistema nervioso central, traumas craneales, cuadros convulsivos, debe evaluarse, al alta, la función auditiva.

En cuadros de otitis media o externa, especialmente en las formas severas o en las crónicas, debe chequearse la función auditiva.

Los conceptos arcaicos de que un niño afectado por un déficit severo de la audición, comprometía seriamente sus posibilidades de integración social, han pasado a la historia, modernos procedimientos terapéuticos, han cambiado las posibilidades de plena integración y calidad de vida de los afectados

La sordera es una incapacidad para oír, pero no representa de ninguna manera la imposibilidad de comunicarse con otras personas, de aprender, de integrarse socialmente, de disfrutar de una vida plena, constituir una familia, trabajar y ser independiente y feliz, a pesar de la discapacidad. 

Lograr que estos principios esenciales se transformen en realidades depende no solo del esfuerzo de la persona afectada, sino de los recursos que existan en su comunidad para la intervención temprana.

Entre ellos, centros de atención médica y pedagógica y una política estatal que proteja los derechos de la persona discapacitada a integrarse socialmente, y a no ser discriminada por su condición de salud.

CONCLUSIONES

Los déficits de la audición en la población infantil representan un desafío significativo; ellos, al estar presentes, pueden afectar el desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños.

La detección y el diagnóstico precoz son fundamentales para mitigar las consecuencias adversas sobre el desarrollo y proporcionar intervenciones oportunas que mejoren la calidad de vida de los afectados.

Un sistema de vigilancia y la educación a los padres para identificar oportunamente los síntomas de las alteraciones en la capacidad auditiva son el pilar más importante en el manejo de esta condición de salud.

BIBLIOGRAFÍA

Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). (2023). Detección precoz de la hipoacusia infantil.

https//previnfad.aepap.org/.

Revista Médica Clínica Las Condes. (2023). Hipoacusia: Trascendencia, incidencia y prevalencia. https://www.elsevier.es/.

Anales de Pediatría. (2023). Diagnóstico de la hipoacusia infantil.

https//www.analesdepediatria.org/.

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